60. LOS HUEVOS

Más allá de las islas Filipinas

Hay una que ni sé cómo se llama,

Ni me importa saberlo, donde es fama

Que jamás hubo casta de gallinas,

Hasta que allá un viajero

Llevó por accidente un gallinero.

Al fin tal fue la cría, que ya el plato

Más común y barato

Era de huevos frescos. Pero todos

Los pasaban por agua, que el viajante

No enseñó a componerlos de otros modos.

Luego de aquella tierra un habitante

Introdujo el comerlos estrellados.

¡Oh, qué elogios se oyeron a porfía

De su rara y fecunda fantasía!

Otro discurre hacerlos escalfados...

¡Pensamiento feliz!... Otro rellenos....

Ahora sí, que están los huevos buenos.

Uno después inventa la tortilla.

Y todos claman ya ¡qué maravilla!

No bien se pasó un año,

Cuando dijo otro:—Sois unos petates.

Yo los haré revueltos con tomates.

Y aquel guiso de huevos tan extraño,

Con que toda la isla se alborota,

Hubiera estado largo tiempo en uso

A no ser porque luego los compuso

Un famoso extranjero "a la Hugonota."

Esto hicieron diversos cocineros.

¡Pero qué condimentos delicados

No añadieron después los reposteros!

Moles, dobles, hilados,

En caramelo, en leche,

En sorbete, en compota, en escabeche.

Al cabo todos eran inventores,

Y los últimos huevos los mejores.

Mas un prudente anciano

Les dijo un día:—Presumís en vano

De esas composiciones peregrinas.

Gracias al que nos trajo las gallinas.

¡Cuántos autores nuevos

No se pudieran ir a guisar huevos

Más allá de las islas Filipinas!